José Manuel Naviaren hitzaurreak
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Prólogo de José Manuel Navia.
Hemos agotado la primera edición. Mientras preparamos la segunda, nos llega un precioso texto de José Manuel Navia; un prólogo de lujo.
Laberinto, laberintos…
Laberinto, laberintos, noche… ¿Acaso también inquietud, inquietudes?
Y éstas en un doble sentido: por un lado la inquietud que transmiten las imágenes de este trío de fotógrafos que a veces parecen respirar al unísono, casi como un solo organismo; tres miradas diferentes pero bien acompasadas. Pero también, por otro lado, la inquietud que les alienta a ellos mismos, la que les lleva a fotografiar como si les fuera la vida en ello.
La noche, la calle… Podrían ser recursos casi agotados de tan usados en fotografía… Pero no, no siempre son recurso; en muchos casos siguen siendo el alma de muchas de las mejores imágenes que se han producido a lo largo de la historia y que se siguen produciendo. Y son el alma de las imágenes de Txelu, Jesús Mari y Según. (También la noche, la calle, son parte del alma de los protagonistas de las fotografías). Imágenes que por encima de todo son pura fotografía. Es decir, signos que no pretenden simbolizar nada ni dar lecciones, que sólo buscan inquietarnos como inquietaron a sus autores y reclamar por un instante nuestra atención –¡eso ya es tanto! –. Y que acaso no sabremos interpretar; y que por eso seguiremos enganchados a ellas, queriendo adivinar, entender (y así, tal vez, adivinar y entender algo de nosotros mismos).
La noche, la calle… Deberíamos añadir: el movimiento. O mejor: movimientos (todo es plural en estos trabajos). El de la vida que fluye, no siempre mansa, delante de la cámara, y el de los propios fotógrafos, que en su angustiosa búsqueda juegan a que al menos un rastro, una huella de esa vida hiera para siempre sus imágenes (y a través de ellas, nos hiera a nosotros como les hirió a ellos). En no pocas ocasiones en sus fotografías los rostros se descomponen torturados, como en los peores sueños del pintor Francis Bacon; ahí son puro movimiento. Otras veces los mismos rostros parecen velarse, esconderse… Y otras esos personajes anónimos se nos muestran directos, alegres, angustiados, inexplicables, siempre inquietantes. Pero en todas las imágenes hay movimiento porque hay vida… y porque hay verdadera fotografía (esa que no necesita ser otra cosa, porque sabe que hay un dominio, un lenguaje, que sólo a ella le pertenece).
Miro una y otra vez estas fotografías… Estoy a solas con ellas, y ahora no son más que luz emitida por la pantalla del ordenador en la habitación casi a oscuras. Fuera, al otro lado del balcón, la noche cerrada del páramo, habitada sólo por sombras y olvidos. Pero en la pantalla esas imágenes, que a penas son luz, llenan de vida mi estudio –y también en ocasiones de dolor–. ¿Por qué será que a las buenas fotografías siempre les ocurre lo mismo, que cobran vida allá donde las pongas: en un libro, en un periódico, colgadas de la pared de una sala, guardadas en una caja, extendidas sobre una mesa, o, como ahora, reverberando en el monitor?
Miro estas fotografías y me vienen una y otra vez a la memoria (¡ay, la fotografía y la memoria!) las palabras de Leonardo Sciascia, aquel escritor siciliano un tanto olvidado en nuestros días y más necesario que nunca. Debe ser porque, al mirarlas, me ocurre como tantas veces le ocurriera a él, y tengo “la sensación, la premonición, de que la fotografía tiene que ver con la identidad y con la muerte, problemas que el problema del tiempo encierra. […] Parafraseando a San Agustín: ¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro. Sobre una misma fotografía sabemos qué es el tiempo si no nos lo preguntan, si no nos lo preguntamos; pero ya no lo sabemos si nos lo preguntan, si nos lo preguntamos.” ¡Qué poco sabemos cuando nos enfrentamos a la buena fotografía! Pero cuánto querríamos saber… Al menos sí sabemos algo, algo que también sabía Sciascia, y es que con la fotografía siempre “estamos en el umbral de lo inefable.”
José Manuel Navia
Verano de 2013
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